Carta a mi psiquiatra:
Desde que tengo uso de razón me han llamado cosas como «raro», «lobo solitario», «señor de las tinieblas»… me han tachado bastantes más veces de «inteligente» que de «tonto»… y hasta he sido definido como «ambiguo y directo a la vez». Pero lo que mejor atesoro en mi memoria, con diferencia y hasta el olvido, es haberle parecido a más de una persona «bueno».
Siempre pensé en qué sentiría al ser adulto. En qué pasaría cuando yo lo fuera. Porque de alguna manera, siempre creí que habría un punto de inflexión. Un momento a partir del cual uno se despedía de sí mismo para siempre. No sé; algo que me marcaría a fuego como suele ser alcanzar la mayoría de edad al grueso de la gente.
Y así pasó. Porque si algo ejemplifica lo que acabo de aludir, es la primera de las ya demasiadas veces que he sido privado de libertad en un manicomio. Pero la moraleja que extraigo de todo ello es que: sólo ha cambiado todo… no he descubierto nada que no pudiera imaginar… ni puedo cerrar la puerta que he cruzado.
Ahora, una vez que he adquirido a golpe de pastilla este aletargado reflejo de lo que un día fui y que todo el mundo celebra, me encuentro en una época que califico agridulce; ya que por un lado destaco mi alegría por haberme conocido y por el otro, mis no menos antiguas y persistentes convicciones y sospechas.
Tampoco falta un día en que desde el primer pensamiento que atraviese mi mente tras despertar hasta que nuevamente me venza el sueño -e incluso en éstos-, me invada una inquietud que si algo la distingue, sea su despiadada intensidad. Comparable quizá, al nivel de certeza que usted misma pueda experimentar si se plantea la siguiente pregunta:
¿Estoy despierta mientras leo ésto?
Pues algo parecido es como describiría lo que me pasa. Y es de lo que voy a tratar en esta carta.
Constantemente busco nuevos razonamientos que corroboren, en este caso rozando lo absurdo, que efectivamente lo estoy (y me refiero a un despertar platónico). Pero no quiero decir que sea este dilema el que me induce la susodicha inquietud. Me refiero y desarrollo, que por evidente que sea la cuestión que me ocupe, la comprendo indefectiblemente a través del marco de la parapsicología; ventana por la cual veo una Luz que por su propia naturaleza se revela de difícil explicación, cuando no, imposible. Aunque este impedimento siempre será reprochable a mi infinita ignorancia; la cual reconozco humildemente a diferencia de una alarmante multitud de personas que se me pasan por la cabeza mientras escribo ésto.
Siguiendo la tónica, no se me ocurre mayor incógnita para el ser humano que la muerte ni tampoco nada más natural en la vida. Y sin un destino diferente al de nada ni nadie, he de decir que mi paz se ha visto perturbada por unos diagnósticos que tan sólo describen una incomprensión irremediable excepto en horario comercial.
Ante ésto, sólo puedo implorar si es que hay algo a lo que poder llamarle Dios, me conceda una mísera tregua en este ansiado Despertar que sobre todo me recuerda una oceánica e inexorable soledad de la que no es culpable nadie pero que junto a un amor a la par, serán mis herramientas para cuando por fin cruce este plano de la existencia, no dudar en mi camino por la eternidad.
Como estaremos de acuerdo, esta clase de pensamientos discurren por toda mente dotada de conciencia. Y en mi modesta opinión, las discrepancias que puedan surgir, se originan en función de lo que cada persona esté dispuesta a dejarse convencer por ideas ajenas versus cuánto se conozca a sí misma y dé valor a las que sean propias.
Pero no me ahorraré incidir nuevamente en que la joven ciencia que usted practica y que nos relaciona, se me antoja aún torpe e imprecisa. Y que el estigma que me veo obligado a arrastrar, honestamente opino que es el fruto de un juicio totalmente desacertado y somero. Amén de contar con el dictamen de una colega suya que invalida todos los anteriores manifestando que mis llamados ‘brotes psicóticos’ se han debido simplemente a episodios puntuales de estrés.
En consonancia, resulta lógico pensar que si a ésto le añadimos la falta de comunicación entre profesionales por culpa de sus apretadas agendas, la duda se sirve por si sola en un festín de expertos desconocidos entre sí que a la postre vapulean con sus rúbricas la vida de al menos un paciente en un organismo rígido e incuestionable que entre poco y nada tiene la virtud de escuchar a la verdadera víctima de tal vejación como soy yo…
…y YO, he sido ignorado, cuestionado, insultado, desacreditado, acallado, coaccionado, sedado, atado, torturado y condenado de por vida por el mismo sistema de salud y supuesto bienestar al que usted presta servicio a cambio de un pan que a mí me roba a punta de jeringa. Le invito pues a un simple ejercicio de empatía para que se ponga en el lugar de alguien que podría decir tanto como si esta carta fuera sólo la primera página que inaugura El Quijote. Claro que todo depende del amor por la lectura y el tiempo que se quiera dedicar a ella.
No me explico -aunque puedo imaginar perfectamente un porqué- cómo puede aseverar sin apenas conocerme y -continuando el símil- habiendo leído como mucho la sinopsis de la obra, que la solución a mi “irreversible enfermedad” sea la toma perpetua e indiscutible de una medicación obviando cualquier otro parámetro como pueda ser la inteligencia, la capacidad de discernimiento ó la sensibilidad. Atributos que gestionan los siderales y variopintos instantes que componen el día a día. Eventos que sea ante cuales sean, su hermético adoctrinamiento no concibe ni soporta una conducta distinta a las homologadas por el título que tiene enmarcado en la pared que dicho sea de paso, intimida brutal pero banalmente al casi convencerme de que cualquiera sabe lo que me conviene mejor que yo mismo.
Créame que la desazón y pena que siento al tener que explicar ésto, para mí es inversamente proporcional a la magnitud de la cristalina evidencia que se desprende en la macabra, corrupta y narcotizada relación que mantengo con la entidad que usted representa. Y es por ello que aún sabiendo que cual lágrima en el mar no servirá de mucho, me atreveré a autodiagnosticarme a través de una cita que si estima considerar, le ahorrará si no gran parte, todo el trabajo.
‘ Todo niño… se convierte en hombre.
Lo que antes era jugar a la guerra… ahora es un conflicto tácito.
Donde el corazón de los verdaderos Soldados… no dudará en proteger lo suyo y a los suyos hasta el último pálpito’.
Con ésto quiero decir que al igual que cualquier persona, observo las diferencias entre éstas; y es aquí donde todos nos vemos en la obligación de establecer ciertos límites que, en efecto, reflejan el mismo juego inocente que practican los niños. Solo que cuando envidan los adultos, es más probable que participen consecuencias infinitamente más trascendentales que, por razones obvias, preocuparían a cualquier amante de la paz.
Sé que nunca me curaré… porque mantengo que nunca me ha pasado nada salvo un exceso.
Somos el producto de nuestro pasado… esté presente u olvidado.
Aunque en mi caso ya no importa ni cambia nada… porque ya me he convertido en lo que soy.
Y con todo mi temor… AMO.